La radioterapia es un tratamiento localizado que usa altas dosis de radiación, incidiendo directamente en las células cancerosas, aunque también puede afectar a las células sanas que se encuentran cerca de la zona irradiada.
La aparición de los efectos adversos dependerá de la parte del cuerpo irradiada, la dosis total de radiación y la manera en que se administra. Estos efectos pueden aparecer tanto a las pocas semanas de empezar el tratamiento o, en algunos casos incluso una vez terminado.
A continuación, detallamos los principales efectos secundarios y las recomendaciones dietéticas a seguir, con el objetivo de cubrir los requerimientos energético-proteicos, con el fin de conservar el estado nutricional de cada persona.
Debido a la proximidad de los órganos a las zonas irradiadas, se pueden ocasionar inflamaciones cercanas a la boca, garganta, faringe, laringe y esófago, provocando dolor en el momento de la ingesta. Suelen aparecer de forma progresiva y perdurar hasta unas semanas después de haber finalizado el tratamiento. En esta situación se debe seguir las siguientes recomendaciones dietéticas:
Se da en el momento en el que existe una dificultad o incapacidad para la deglución de alimentos sólidos, semisólidos y/o líquidos de forma segura y eficaz. Los signos y síntomas de alarma serían la dificultad para tragar por sensación de obstáculo, tos, carraspeo, atragantamiento al deglutir líquidos y/o cambios de voz después de la deglución. Según la textura a la cual se presenta dicha dificultad, se debe adaptar la dieta de la siguiente manera:
Recuerda que la tolerancia a las terapias es variable en cada persona, por lo que es importante ir ajustando tu alimentación utilizando aquellas recomendaciones que funcionen mejor en cada momento. En caso de necesitarlo, no dudes de comentarlo con tu centro de referencia para que te deriven a un especialista en nutrición que te pueda ayudar a lo largo del proceso.
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Artículo elaborado por: Marta Bellver Sanchis. Dietista-Nutricionista Clínica.
La respuesta está en nuestras células. Nuestro cuerpo tiene billones de ellas que mueren y se regeneran constantemente.
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